lunes, 20 de febrero de 2012

Desde los balcones de Oporto y Braga...

Aún a sabiendas de que muy próximamente retornaré allí cuando vengan mis chavales a visitarme; no he podido resistirme a realizar una rápida escapada hacia la majestuosa orilla de la desembocadura del Duero, y allí me planté en una inusual expedición (no sé cómo definir una excursión formada por un polaco, una francesa, una mejicana, dos brasileñas y servidor, un español) tras una hora observando la variedad del campo portugués mientras me encaminaba en tren hacia el más claro referente de las viñas portuguesas.

A pesar de que la embaucadora melancolía portuguesa y sus constantes azulejos artesanos ya no me resultan algo nada extraño, nada más llegar me maravilló la estación de São Bento y sus geniales estampas referentes a la historia del país. Una vez en la calle, ante mí se ofrecía una urbe distinta y con una personalidad muy definida; no pudiéndola asemejar a ninguna de las que conozco, ni tan siquiera Lisboa, la capital del país luso, aunque quizás puede que la acertada definición de uno de mis acompañantes definiéndola como una ciudad portuguesa con acento británico pueda ser una muy buena aproximación.

Para no perder detalle, rápidamente buscamos alojamiento el insólito grupo y, así, poco a poco, fuimos quedando encandilados con la cuidad, sus puentes, sus vistas, sus iglesias… y como no, con sus vinos; visita (evidentemente con degustación) incluida a la bodega de una de las grandes firmas de ese dulce vino mezclado con brandi al que la ciudad ofrece su nombre.


Estuvimos sólo una noche y evidentemente no nos dio tiempo a ver todas las maravillas que Oporto ofrece, mas nos importaba más bien poco, pues es un destino muy fácilmente accesible para nosotros. Por ello, al día siguiente, tras otra horita de tren y con el grupo algo reducido, nos dirigimos a Braga; ciudad que reza según el dicho portugués. Y evidentemente, como casi todos os imaginaréis, disfruté muchísimo en dicha visita; en la cual en más de una ocasión me acordé de algún que otro amigo mío dada la monumentalidad de las iglesias de la capital de la provincia portuguesa del Minho. Pero, si algo me gustaría reseñar de las iglesias de dicha ciudad, sin duda es la majestuosidad de sus órganos. Como os figuraréis, muchos son los lugares sagrados que veo cada vez que hago algún viaje; pero no estoy acostumbrado a ver tal cantidad de órganos que, al menos visualmente, sean de tanta calidad (sólo pude comprobar de forma auditiva el de Sé Catedral durante una muy concurrida misa a la que tuve el gusto de asistir).

Hasta aquí mis aventuras portuguesas por ahora, ya próximamente relataré cómo pongo los cuernos a Cádiz yéndome al carnaval de Ovar o cómo redescubro Oporto junto a mis chavales, que ya están al llegar… Tchau.

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