miércoles, 19 de marzo de 2014

La Rosa en el volcán

En estos días en los que estalla el azahar mientras el paladar se funde ante el regusto a miel de torrijas, se suceden infinidad de cultos cuaresmales en todos y cada uno de los templos que acogen a alguna hermandad. Pero claro, Sevilla no sólo vive por y para sus hermandades. Sevilla es más, e incluso hay gente que ignora este mundillo cofradiero repleto de tontos de capirote (genial libro, por cierto).

Como digo hay gente de muchos pareceres distintos, desde personas cuya penitencia cuaresmal está siendo aguantar durante al menos esta semana toda la guasa bética que se hallaba reprimida ante tan nefasta temporada; hasta gente que en estas fechas se dedican a poner carteles de la zapateresca memoria histórica por la antigua Fábrica de Tabacos de Sevilla, vulgo Rectorado universitario…

¡Cuán atrevida es la ignorancia! ¿O es desfachatez? ¿Memoria histórica en estos días? Lo siento mucho por tantos crímenes que ambos bandos cometieron en aquella guerra incívica, desde Badajoz hasta Paracuellos pasando por cualquier esquina de España; pero no puedo más que indignarme ante el olvido histórico que constantemente hacen quienes reivindican la zapatética forma de volver a abrir frentes que cerró una Transición estudiada en todo el mundo por pacífica y ejemplar. Sí, olvido histórico, más en estos días que el septenario a la Virgen de la Hiniesta nos trae a la retina a aquella Estrella Sublime que impunemente ardió de forma democrática en 1932.

Desaparecida imagen de Ntra Sra de la Hiniesta
(obra atribuida a Martínez Montañés)
Normalmente una imagen vale más que mil palabras y bastaría con la fotografía de la Dolorosa atribuida a Martínez Montañés, pero en este caso además la acompañaré de unas palabras de Joaquín Romero Murube en su libro “Sevilla en los labios” que hacen ensoñar la imagen de aquella “Muchachita del barrio de San Julián” que las llamas nada fortuitas se llevaron:

"Pero hacía falta la Virgen que, aparte de todas las advocaciones, fuese la expresión real –y aquí lo real tiene que ser lo más poético- de la Virgen. Y ésta era la Virgen de la Hiniesta. Era eso: una muchachita del barrio de San Julián que no sabía si reía o lloraba. Llena de gracia era su cara donde la carne de la mejilla se hacía cristal de lágrimas y donde los labios ponían sobre el dolor, la iniciación de un gesto inexplicable que si en la Virgen de la Macarena puede parecer sonrisa, en los de la Hiniesta parecía querer hablar palabras de consuelo. ¿Y su salida a la plaza de pueblo grande que era la plaza de San Julián? Que nos perdonen los buenos sevillanos que lean esta página hoy. Más grande que el dolor de recordar todo esto, ha sido el que a nosotros deparó el destino, al ver en el fuego a la Virgen de la Hiniesta. […] No se podía hacer nada. La Virgen de la Hiniesta se consumió en el incendio como una rosa caída en el cráter de un volcán."

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