En 1817 la Sociedad Filarmónica de Londres encargó
una sinfonía que no fue estrenada hasta 1824, concretamente hasta un 7 de mayo
de 1824 en el Kärntnertortheater de Viena. El primer músico que vivía de sus
composiciones había estrenado su anterior sinfonía, a la que llamaba “pequeña
sinfonía en fa”, diez años antes y hasta entonces no había subido a ningún
escenario. El público estaba ansioso de ver la que se estimaba que sería la
última aparición pública del genio, dada su avanzada edad y el continuo aquejar
enfermizo que lo aturdía. Además, sabido era que al músico le había costado
especial trabajo el hallar la fórmula correcta para musicalizar el poema “An
die Freude” de Friedrich Schiller, versos que intentaba incluir en su obra
desde 1793. Por todo lo anteriormente dicho había una gran expectación ante lo
que se sabía que sería una gran obra.
En una pequeña descripción de la obra podemos decir que
comienza su primer movimiento de una forma casi seca, con un clima oscuro que
poco a poco se va aclarando, afirmándose. El segundo movimiento es un scherzo
muy vivaz, juguetón, con un trío en su parte media que aparenta ser un himno.
Continúa el tercer movimiento de adagio, pensativo y melancólico, para acabar
en el cuarto movimiento, donde vuelven a aparecer temas de los anteriores
movimientos para finalizar en una melodía nueva, un canto de alegría fraternal
que cantan solistas y coro…
Y siempre remata igual que lo hizo la vez primera,
con el respetable rompiendo en aplausos hasta la extenuación, aunque el autor
de tan sublime genialidad aún seguía de espaldas al público aquella vez. Su
sordera era total y no pudo oír ni una de las notas que había creado, mucho
menos la irrupción en aplausos de todo el teatro. Estaba ensimismado en el perenne
silencio que vivía hasta que un músico cogió al maestro del brazo y lo volvió
para que viese como todo el público lo homenajeaba en pie. Tal fue el éxito que
la obra alcanzó nada más estrenarse que el comisionado policial tuvo que exigir
silencio a la quinta vez que el público estalló en gritos y aplausos, pues tres
veces era la norma para la familia imperial y no era prudente que Ludwig van
Beethoven obtuviese cinco.
Ahora que he dicho el autor, supongo que todos
sabréis que la obra a la que hago referencia es a la Novena Sinfonía de aquel
sordo cascarrabias alemán que encarna el transito del estilo clásico al
romántico. Declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO, el
cuarto movimiento de esta obra es el himno de la Unión Europea.
No creo que haya que decir mucho más sobre esta
grandiosa sinfonía, por lo que sólo me queda invitaros a que aprovechéis algo
más de una hora que tengáis libre y os deleitéis con semejante prodigio.
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